jueves, 15 de julio de 2010

El Ñipe

Cuentos y Leyendas del Altiplano
Selección y prologo de Antonio Saravia

Ilustraciones: Carolina. Vela

El ñipe es un arbusto enmarañado que suele encontrarse aferrado a arboles más grandes en los faldeos y laderas de las montañas cordilleranas, a veces hasta cotas de más de 3.000 metros de altura. Produce un racimo con el cual los diaguitas fabricaban un “agua de fuego” de elevada graduación alcohólica, que solían beber antes de un encuentro guerrero.
Según José Vicente Sola, “la planta emite un aura extrañamente misteriosa, es como si dentro de ella habitara un alma hechizada que tuviera la energía suficiente para dominara a los hombre son el solo poder de su voluntad”.
Los shamanes diaguitas afirmaban que quien probaba el fruto del ñipe o la bebida fabricada con él ya nunca abandonaría la cordillera. Si era arriero, andaría por siempre por sus senderos, detrás de las mulas o las llamas; si era vicuñero, ya no podría salir de los cerros , y disputaría hasta su muerte sus presas con el diablo; era pirquinero revisaría una vez y otra los socavones en espera de descubrir un filón.
Se dice que más allá de la montaña alta vivía una hermosa india, alta y esbelta, de grandes ojos negros y pelo largo y sedoso que le colgaba hasta debajo de la cintura.
Ñadé, que tal era su nombre, habitaba en un oculto valle rodeado de altos picos nevados, en cuyo centro se elevaban dos cerros: uno negro, cortado por centenares de profundos socavones, y el otro coronado por altísimos picos, que de lejos parecían dedos implorantes, tendidos hacia el cielo. Pero la hermosa india era tan bella como versada en las artes de la hechicería y las pócimas mágicas, que preparaba en lo más profundo de las cuevas del cerro negro.
Hasta un día llego a su presencia el hijo de un poderoso cacique que, atraído por la fama y la hermosura de la mujer, se acerco a ella pidiéndole que se casara con él. La hechicera lo observo largamente, sin decir una palabra, y luego lo llevo a lo más oscuro de la cueva más profunda y le dio a beber un brebaje que ella mism
a preparaba con plantas y hierbas misteriosas que recogía en lo alto de las cumbres.
El hombre, luego de beber hasta la última gota, permaneció un rato más con ella y luego salió para reunirse con sus hombres; se encontraba un tanto mareado y como apartado de la realidad, cosa que extraño a sus guerreros, que lo consideraban un jefe valiente y sensato, ponderado en sus juicios y equilibrado en sus actos de justicia.
Algún tiempo después, el príncipe regreso por la mujer y desde entonces ya no pudo volver a separarse de ella. La noticia circulo por la región como un reguero de pólvora, ya que el príncipe era muy querido por sus súbditos; el padre del muchacho lloraba de impotencia por su hijo y pedía a gritos justicia a sus propios dioses.
Hasta que un noche, un viento huracanado lo coló por el abra que se extendía entre los dos cerros, arrastrando consigo grandes goteras de sangre, y un trueno estallo en la noche, alumbrando la Cordillera toda la haciendo estremecer hasta las extrañas las cumbres más solidas de los cerros. Un rayo viboreo entre las nubes u otro trueno aun más aterrador resonó en el cielo, preanunciando un cataclismo de alcances insospechados. Y al día siguiente, al a levantarse el sol, el cerro negro, con sus socavones y grutas, había desaparecido y, junto con él, la hermosa hechicera.



No había transcurrido una luna de aquella extraña tormenta, cuando apareció en las laderas rocosas del cerro blanco una planta que nadie en la región había observado antes; crecía enredándose en las breñas y las rocas, aferrándose a ellas y abrazándolas fuertemente con sus poderosos zarcillos.
Dicen los que saben que este arbusto cordillerano es la transformación de la hechicera india y que el bebe el zumo de sus frutos o una infusión de sus hojas ya no puede volver a abandonar la Cordillera.

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